El Desafio Cristiano

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Muchos de nosotros hemos escuchado o sido partícipes de conversaciones en nuestro lugar de trabajo acerca del colega que aceptó un ascenso, o del que está empezando estudios para su doctorado, o la compañera que dejará su puesto para empezar su propio negocio. Tal vez algún pariente está entrenando para correr una maratón o triatlón. Nos inspira y nos causa admiración el escuchar acerca de aquellos que se embarcan en grandes empresas. Quizás hasta pensamos que están locos por aceptar un reto que la mayoría de nosotros rechazamos casi de inmediato porque parece inalcanzable, o sabemos que requiere de gran esfuerzo.

El pasado agosto, mi esposa me presentó un desafío similar. Salíamos del servicio y con gran entusiasmo me dice “¡Corramos el próximo maratón de Los Angeles con el grupo de la iglesia!”. Mi sorpresa fue inmediata al escucharla por el tipo de reto que me presentaba y porque hasta ese momento, mi esposa hubiese sido la última persona que se apuntaría para una prueba atlética por su propia voluntad. A pesar de estar físicamente activos en los últimos años, ninguno había corrido una distancia de más de diez kilómetros, ni habíamos participado en una competencia atlética. Accedí a inscribirme después de pensarlo por unos momentos, mientras mi esposa se dirigía con paso ágil hacia el lugar de inscripciones organizado cerca al auditorio.

Dudo que ella entendiera en ese momento que por los siguientes seis meses tendríamos que ser disciplinados, dedicarle tiempo y esfuerzo a entrenar, y desarrollar la fortaleza mental para acondicionar nuestros cuerpos a correr 42 kilómetros. Justo después de inscribir
nos, empecé a sentirme inquieto, con dudas acerca de completar el entrenamiento y la resistencia física para correr esa distancia, además del dolor inevitable que conlleva la preparación para ese tipo de pruebas.

Mientras reflexionaba sobre esa tarde de agosto, recordé las actitudes y pensamientos que tenemos, como también las situaciones en las que nos hallamos, en el momento que decidimos caminar con Jesucristo. Los testimonios que manifiestan los cristianos acerca de ese instante varían desde historias profundamente tristes hasta las altamente espirituales; de decisiones tomadas en cuestión de minutos, a aquellas que pasaron por un arduo proceso de auto-cuestionamiento. Algunos habían "tocado fondo”, consumidos por alguna adicción, y llegaron a un estado deplorable espiritualmente antes de entregar sus vidas al Señor. Otros estaban en una búsqueda de propósito y cuentan que una voz interior los guió hasta la iglesia más cercana en un día común y corriente.

Si nos encontrábamos en desasosiego, o llegamos a la conclusión después de mucho análisis que necesitábamos fe, consciente o inconscientemente, aceptamos el desafío cristiano. Las ideas y sentimientos en ese instante, analizando si somos capaces de vivir en rectitud con Dios, son similares a cuando nos inscribimos para una prueba atlética: inquietud, duda, y miedo al dolor. Sin embargo, el simple hecho de aceptar, de tomar una decisión, incita valor y compromiso de parte de ti. Si estás de acuerdo en aceptar el desafío cristiano, sabiendo que exigirá dedicación y fortaleza, solamente esa acción, es motivo de respeto y de admiración.



Jairo Ospina
jairo.ospina@gmail.com




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