Corra a la Santidad

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El Papa Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005.[1] Durante su funeral, seis días después, grandes multitudes se reunieron para darle el último adiós al papa. Mientras cantaban al unísono: “¡Sancto Subito!” ellos pedían su inmediata santificación. Como usted probablemente ya sabe, la canonización es el proceso mediante el cual algunas de las iglesias más tradicionales le otorgan a una persona el título más alto, el de Santo. El proceso requiere una revisión exhaustiva de la vida y obra de la persona y una elección democrática llevada a cabo por representantes de la iglesia. No me opongo a que reconozcamos formalmente a nuestros héroes de la fe; sin embargo, la Biblia llama santos a todos los creyentes y seguidores de Jesucristo. Usted y yo somos santos por medio de la fe. Aunque nunca seamos canonizados, hemos sido hechos santos mediante la permanencia en él, tal cual como lo declara Apocalipsis (Apocalipsis 14:12 NVI):

¡En esto consiste la perseverancia de los santos,
los cuales obedecen los mandamientos de Dios
y se mantienen fieles a Jesús!

A la luz de esto, me gustaría compartir con usted cómo mi entrenamiento para la maratón me trajo a un nivel mayor de santidad del alma.

Corriendo la Carrera
¿Qué tiene que ver la maratón con santificar a la gente? Pues bien, en primer lugar, la fe Cristiana siempre se compara con una carrera de fondo. La Biblia está llena de referencias que nos hablan de esto. Hebreos 12:1b LBLA, por ejemplo, lee: “…corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” San Pablo nos dice en 2 Timoteo 4:7-8a DHH: “He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel. Ahora me espera la corona merecida que el Señor, el Juez justo, me dará en aquel día.”

Segundo, el correr la carrera de la fe es una metáfora del vivir la fe Cristiana en la plenitud de bondad, virtud y dignidad de ser imitada. La bondad, la virtud, y la vida ejemplar son el resultado de una conversión profunda del corazón que viene como resultado de dedicar nuestras vidas a Dios. El terminar la carrera es lo más parecido a un milagro; el momento de coronación de la santidad.

Escoja un Buen Plan
Decida cual plan usted va a seguir. Si no ha decidido cual plan va a seguir para el evento, lo más probable es que usted no podrá terminar la maratón. Para correr la maratón, es crucial que escoja el plan de entrenamiento correcto para que sepa cómo entrenar. Es todavía más importante que usted siga este plan al pie de la letra.

Igualmente en su vida de fe, usted necesita decidir por Jesús cada día. Si no ha hecho una decisión por Jesús aún, déjeme decirle que será ya muy tarde en el día del juicio final. Pero si usted ya ha decidido seguirle, entonces usted es hecho “¡Sancto Subito!” por medio de su fe en él. De la misma manera en que el correr le constituye en corredor, el seguir a Jesucristo le constituye en santo. Es importante seguir el plan de alguien que ya ha corrido la carrera antes que usted. Como cristiano, yo creo que Jesucristo ya lo hizo primero antes que yo, y eso lo califica para que yo pueda seguir su plan. Siendo que yo he escogido seguir su plan, necesito seguirlo al pie de la letra, la letra de su palabra que él me ha dejado.

Corra a Su Propio Ritmo
Para poder correr una maratón, usted necesita entender su cuerpo, correr al ritmo que su cuerpo pueda soportar y al cual usted haya entrenado. Si corre muy duro y muy rápido, usted corre el riesgo de salir lesionado y de fracasar en la carrera como consecuencia. No importa cuan rápido le invite a correr la música que escuche en la ruta de la maratón, o la música en sus audífonos o cuanto le estimule el fluido de adrenalina en su cuerpo, usted debe correr al ritmo en el cual entrenó.

Igualmente en su vida de fe, es crítico que usted corra al ritmo que ha escogido correr. No se preocupe por el hecho de que los demás están creciendo a un ritmo tremendamente acelerado o porque otros se le adelanten a usted en la carrera. Solamente disfrute su caminar, o mejor dicho, su carrera, con el Señor. Él correrá con usted a su propio ritmo.

Corra con Perseverancia
Independientemente de cuánto usted haya entrenado, las últimas millas de una carrera son siempre un reto. Es el entrenamiento y el deseo de alcanzar la meta (o la línea final) lo que lo mantiene con su mente enfocada y le ayuda a seguir adelante. Este enfoque le ayuda a mantenerle corriendo a pesar de las piernas cansadas y los músculos encalambrados, y perseverar hasta la meta.

Igualmente en su vida de fe, puede que esté agotado en ocasiones; que cuestione si podrá llegar hasta el final, y si tendrá la capacidad de terminar. Enfóquese en la meta final; no es una medalla de hierro o acero lo que le espera, sino la corona de vida que el mismo Señor le entregará en aquel día. Esa corona le ayudará a mantenerse fiel y seguir corriendo.

Le exhorto a correr su propia carrera con perseverancia. Sepa que un día, a usted se le dará la bienvenida al Reino con palabras que hacen eco de las que escribiera San Pablo y fueron citadas anteriormente:

Has peleado la buena batalla, has llegado al término de la carrera, te has mantenido fiel. Ahora recibe la corona merecida que yo el Señor, el Juez justo, te doy hoy. Bienvenido al Reino de los santos.

Si usted es como yo y está interesado en vivir su vida para dar mayor gloria a Dios, use la experiencia del correr no solamente como un medio de ejercicio físico y de salud, sino también como una manera de crecer en la santidad para dar mayor gloria a Dios. Vaya y corra a la santidad.




Notas:
[1] Funeral del papa Juan Pablo II, Wikipedia, Accedido por última vez el 11/15/2012.

¿Dónde está la Línea?

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Las playas de Venice estaban cargadas de electricidad. La gente se agrupaba por todas partes; emocionadas, nerviosas, expectantes. Eran las seis en esta mañana de otoño. Los niveles de ansiedad, del tipo saludable, se levantaban junto con el sol. Hacía frío, sí, pero solamente el clima. La gente era cálida, amable y estaba muy alerta. Estaba nublado, sí, pero solamente el aire. La gente estaba sonreía con un sentido claro de propósito y dirección. Por lo menos eso fue lo que me pareció a mí acerca de los demás. En cuanto a mí, la historia de ese día fue diferente.

El Arranque
Había entrenado por varios meses antes de este evento. Era mi primera participación en un triatlón olímpico.[1] Estaba lleno de dudas: ¿Qué tal si me ahogo? ¿Sobreviviré? ¿Me atacará un tiburón? ¿Se me irá más tiempo tratando de hacer las transiciones que en la carrera misma? ¿Podré montar en bicicleta a pesar de estar exhausto? ¿Me quedarán piernas para correr hasta la meta? ¿Será que entrené lo suficiente? Probablemente como el resto de los que estábamos allí, me sentía sobrecogido por las voces en mi cabeza, y que conste que no soy esquizofrénico. Estas voces eran reales y pronto encontraría algunas respuestas.

Nos formamos en el punto de partida y brincamos al agua helada al primer sonido de la bocina. Los atletas nos apresuramos al mar con frenesí. Cada cual tratando de avanzar al frente de su grupo de nadadores. De repente, me sentí el blanco fácil de codazos, patadas, empujones, apretones, y jalones. Era como si cada persona quisiese ocupar el mismísimo espacio de agua donde yo estaba. Cuando finalmente me las arreglé para llegar a la primera boya, hice una pausa para ver hacia dónde debería continuar y caí en cuenta: “¿Dónde está la línea? No había línea en el fondo del océano. Tampoco había línea en su superficie.” Yo había entrenado solamente en la piscina y nada me había preparado para esto. En ese momento me sentí perdido. De hecho, estaba perdido.



El Recorrido
El oleaje me levantaba a lo alto y me hundía al fondo. Las corrientes submarinas me llevaban en muchas direcciones hacia las cuales no tenía intenciones de ir. La niebla y mis gafas oscuras me hacían ver borroso y escondían los marcadores de la ruta. Muchos nadadores, muchos de ellos; dije… muchos nadadores pasaban por mi lado y me distraían de mi objetivo; seguí a algunos de ellos pensando que me ayudarían a orientarme, pero hasta resultaron haciéndome nadar en dirección opuesta. Las algas me llenaban de terror al primer roce en las aguas turbias. Allí había salvavidas en tablas de surf. Pensé para mis adentros, “Están aquí para ayudar, así que si los sigo, seguramente podré avanzar.” Y así lo hice. Los seguí zigzagueando por las aguas, añadiendo por supuesto más distancia que la necesaria a la ruta. Después de una hora eternal en el océano, estaba agotado, adolorido, y lejos de acabar de nadar.

El Final
Me repetí a mi mismo, “Yo no me doy por vencido… Yo no me doy por vencido.” Esta fue la frase que me ayudó a seguir adelante. Tomé valor. Me obligué a mí mismo a seguir, casi sin respiración, exhausto, hambriento, con un último aliento de fuerza. Al voltear la última boya, hice otra pausa para avistar la orilla, y me uní a cientos de nadadores batallando con la resaca para poder salir. El efecto visual era el de sardinas en tierra, pero en este caso, quienes estábamos fuera de ambiente éramos nosotros. Cuando finalmente llegué a la playa no podía ni siquiera caminar, estaba mareado y desorientado. Entonces me di cuenta: “No entrené lo suficiente.” No había aprendido la técnica correcta para nadar en el mar. No había practicado el recuperarme activamente mientras nadaba. Y sobre todo, no sabía seguir una línea recta imaginaria.

En nuestra carrera de la fe vamos a enfrentar muchas distracciones:
  • Gente tratando de sacar ventaja de nosotros
  • Otros guiándonos incorrectamente, ya sea con buenas o con malas intenciones
  • Salvadores autodenominados que nos desvían del camino
  • Visión borrosa o falta de visión
  • Falta de preparación o de técnica
  • Olas de problemas y de dificultades
  • Cansancio, temores, y dolor
En medio de estas dificultades, ¿cómo encontrar dirección cuando la marea está alta? ¿Cómo tener una visión nítida? Si nos enfocamos en las distracciones, arriesgamos nuestro bienestar. Nuestra salud espiritual, relacional, mental, y hasta física se puede ver en peligro. Corremos un mayor riesgo de abandonarlo todo. Estoy seguro que el rey David no fue triatleta, pero ciertamente me identifico con sus sentimientos cuando escribió (Salmo 69:1-2 NVI):

Sálvame, Dios mío, que las aguas ya me llegan al cuello.
Me estoy hundiendo en una ciénaga profunda,
y no tengo dónde apoyar el pie.
Estoy en medio de profundas aguas, y me arrastra la corriente.

Como David, necesitamos fijar nuestra Mirada en Dios y clamar a Él. Él es el único poderoso para salvar; el único con gracia para guiar; el único que nos abrirá el camino a la victoria. En cuanto a dirigirse cuando nadamos en el océano, aprendí a la brava que necesitamos levantar nuestra mirada y seguir una marca en una colina. Pero recordemos que Dios está más allá de las colinas (Salmo 121:1-2a LBLA):

Levantaré mis ojos a los montes;
¿de dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene del SEÑOR.

La próxima vez que usted se encuentre en una situación para la cual no encuentre dirección o se sienta desamparado, clame a Dios. Le aseguro que se va a sorprender.



NOTAS:
[1] El triatlón olímpico consiste en nadar 1.5 Km (0.93 Miles), montar en bicicleta 40 Km (24.85 Miles), y correr 10 Km (6.21 Miles). Estas son las distancias oficiales usadas en las olimpíadas, de allí su nombre.

Si la Sal se Desvaneciera

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Hace poco miré un programa de televisión acerca de la sal. Este programa explora algunos de los 14,000 usos conocidos, antiguos y modernos, de este mineral.[1] El tema me tiene atrapado por las muchas oportunidades que esto representa para explorar la metáfora de Jesús, cuando dijo:

“Vosotros sois la sal de la tierra;
pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?
No sirve más para nada,
sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.”[2]

Usted y yo somos la Sal de la Tierra. Esto lo exploramos en nuestro artículo anterior. Ahora me gustaría explorar qué significa que la sal se desvanezca.

 La palabra “desvanecer” se deriva del verbo griego μωραίνω (mórainó), el cual significa literalmente desabrir, inutilizar, contaminar, e incluso, atontar – sí, de la raíz griega de esta palabra, μωρός (mōrós), se deriva la palabra morón.

¿Qué significa entonces que la sal se desvanece? ¿Bajo qué condiciones la sal de un atleta se anula? ¿Cómo podemos perder nuestras propiedades? ¿Cómo disipar la esencia de quienes somos en nuestra carrera de la fe? La sal común, por cierto, no pierde sus cualidades con facilidad y no se degrada de forma natural. Pero existen otras sales minerales que nuestro cuerpo necesita en el ejercicio de sus funciones metabólicas que sí se pueden desvanecer por dilución, por descomposición, y por devaluación.

Si la Sal se Desabriera
Cabe notar que la mayoría de las traducciones al español de este pasaje se enfocan con cierta exclusividad en uno de los usos de la sal, el de sazonar. Las frases más comunes son: “si la sal se ha vuelto insípida,” o “deja de estar salada,” o “haya perdido su sabor.”

Usted y yo debemos darle sabor a la vida. Bendecir a nuestra tierra y a los hombres y mujeres con quienes convivimos. Ofrecerles razones para vivir, para soñar y para servir. Dosificar la paz, gozo, amor, bondad y, como decimos los latinos, ¡Sabor! No podemos permitirnos perder estas capacidades. Si perdemos la sazón nos hacemos inútiles, y entonces seremos excluidos de nuestros círculos de influencia y avergonzados públicamente.

Si la Sal se Diluyera
Cuando sudamos disminuye la concentración de sal en el cuerpo. Si a esto le sumamos el impulso natural de tomar grandes cantidades de agua por temor a la deshidratación, el resultado pudiese desencadenar consecuencias peligrosos. El enemigo del atleta de fondo no es la deshidratación sino, todo lo contrario. Es una condición que se conoce médicamente como hiponatremia, o intoxicación por agua. Es decir, el exceso de agua diluye las sales a tal nivel que puede provocar calambres, la disfunción nerviosa, inducir el coma y hasta causar la muerte.[3]

Usted y yo no debemos diluirnos. Nos diluimos cuando callamos ante la injusticia, participamos de conversaciones necias u omitimos el dolor y la necesidad ajena. Nos disolvemos cuando torcemos la información para beneficio propio, calumniamos al vecino y criticamos a los demás cristianos. Debemos reflejar una moralidad más elevada. Debemos correr nuestra carrera de la fe hasta que la gente en nuestro entorno lo note y les parezca extraño, como dijera San Pedro (1 Pedro 4:4 RVR60):

“A éstos les parece cosa extraña 
que vosotros no corráis con ellos
en el mismo desenfreno de disolución.”

Si la Sal de Descompusiera
Las sales son compuestos químicos. La sal común es cloruro de sodio. Como su nombre lo indica, es la combinación de cloro y sodio. La descomposición implicaría separar estos elementos, lo cual es posible por medio de una corriente eléctrica. El cloro se separa en un gas amarrillo verdoso sumamente sofocante y venenoso, mientras que el sodio se separa como un metal ligero, el cual explotaría al primer contacto con el agua.

Usted y yo no debemos descomponernos. Nos descomponemos cuando fomentamos la desunión, estimulamos las rencillas y guardamos raíces de amargura. Nos contaminamos con nuestras actitudes explosivas, nos hacemos venenosos con nuestras disensiones, y sofocamos a los demás con nuestra religiosidad extrema. Debemos vivir en la gracia que Dios nos concede y conceder la gracia que permite a otros vivir. Que nuestro estilo de vida represente nuestro mensaje, el mensaje de la cruz manifiesto en nuestro estilo de vida.

Si la Sal se Devaluara
La sal tenía tanto valor en la antigüedad que se utilizaba como instrumento monetario. Se dice que al soldado o al atleta se le pagaba con sal el equivalente a su jornada, es decir, se le daba su sal-ario.[4] La parábola de Jesús implicaría, en términos modernos, la estupidez que sería recibir el salario en papel-moneda, por ejemplo, y cortarle un trozo donde se muestre el valor o el número de serie, borrarle la tinta o alterarlo químicamente para que quedase inservible, o prenderle fuego.

Usted y yo no debemos devaluarnos. Nos devaluamos cuando no tomamos nuestro lugar de liderazgo espiritual en nuestros hogares, nos salimos de la conversación donde se discuten asuntos morales de la sociedad o ignoramos los procederes poco éticos de la empresa para la cual trabajamos. Cada vez que accionamos de esta manera nos hacemos inútiles. Jesús implicó que esto es tan estúpido como quemar el dinero. El valor que usted y yo aportamos es la sal vación. Y el mundo sin salvación, es un mundo disfuncional, nervioso, al punto de coma, o peor aún, cerca de la muerte espiritual.





NOTES:
[1] How Stuff Works: Food and Beverage: Salt; Temporada 1; Discovery Channel; January 29, 2009.
[2] Citado de Mateo 5:13 RVR60. La referencia también aparece en Marcos 9:50 y Lucas 14:34-35.
[3] Burfoot, Amby, Drink to your Health, Runner’s World; accedido por última vez, 30 de octubre de 2012.
[4] Salario, Wikipedia; accedido por última vez, 30 de octubre de 2012.





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