Correr, Competir, y sus Rituales (Parte 3)


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Así como discutimos en las primeras dos partes de este artículo, la relación entre el correr y el competir es bastante obvia. Su entrenamiento personal le permite participar en competencias organizadas; en la medida que su entrenamiento sea mejor, estará en mejor capacidad de competir. De la misma manera, su práctica personal de la espiritualidad le permitirá correr mejor su carrera de la fe. Pero, ¿que tienen que ver los rituales?, ¿cuál es la relación entre los rituales, y el correr y competir?, si es que existe alguna relación.

Rituales

Los rituales son institucionales. Toda disciplina deportiva tiene sus demandas, rutinas, y acondicionamientos característicos. Toda cosa repetitiva es también ritual; algo que se repite a lo largo de un período de tiempo y se hace de la misma manera cada vez para preservar su integridad y asegurar sus resultados. Piense acerca de esto. El correr es entonces, en el sentido estricto de esta definición, ritualista. Usted establece un patrón de respiración, escoge un ritmo cómodo, mueve su pierna izquierda en frente de su pierna derecha, y repite esta rutina una y otra vez hasta que llega a su destino deseado.

Running Ragnar at Sunset through Malibu, CA-1
Corriendo Ragnar durante la puesta del sol en Malibu, CA-1

Recientemente participé en la carrera de relevos de Ragnar, en el área de Los Angeles, California. El lema de Ragnar es: “Correr. Manejar. ¿Dormir? Repetir.” Sin expandirme en los detalles de este evento, lo cual planeo hacer en un artículo posterior, usted puede darse cuenta de la personalidad cíclica de esta carrera, tan cierta, que la incorporaron en el propio eslogan de la organización. El correr y el competir también tienen sus rituales típicos de esta categoría deportiva. Por ejemplo, la rutina de estirase-calentar-correr-reposar-estirarse; el circular alrededor de la pista olímpica para ejercitar la velocidad, alternando la repetición del trote con el pique; o incluso, el ritual de escoger las zapatillas apropiadas.

La fe esta llena de sus propios rituales. Nuestras experiencias de fe son ampliadas, dirigidas, y hasta estimuladas por rituales que han sido institucionalizados por muchos años de práctica y resultados probados. Las escrituras están repletas de ritos y costumbres de las cuáles aún nos valemos hoy para el crecimiento de nuestra fe y para expresar nuestra devoción a Dios y el uno al otro. La adoración, la música, la asistencia a la iglesia, la oración diaria y el estudio de las escrituras, el servicio a los demás, son ejemplos de los ejercicios de nuestra fe. En este dirección, la Biblia nos anima diciendo, “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” LBLA: Filipenses 2:12. Lo cual implica ejercitar con dedicación la salvación que hemos recibido.

Déjenme dejarles una palabra de advertencia; muchas personas asignan una connotación negativa a los rituales, les perciben como algo aburrido, y los tienen como prácticas inefectivas. Sin embargo, los rituales son para nuestra fe lo que las pesas son para nuestro entrenamiento de fuerza. Pueden que a veces nos den la impresión de ser aburridas o inefectivas, pero constituyen la calistenia de una vida espiritual más fuerte, de un rendimiento garantizado, y de una carrera sin lesiones.

Así que renovemos nuestras mentes para hacer lo necesario para fortalecer nuestros músculos espirituales, reconociendo, entendiento, y ejercitando los elementos personales, corporativos, y rituales de nuestra fe sin temor ni vergüenza.





Vladimir Lugo
jvlugo@gmail.com


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