Fue una fría mañana en el Sur de California; una mañana nublada, húmeda, y brumosa, como cualquier otra en el comienzo del otoño. De veras que no tenía nada de extraordinaria, excepto que ese día me encontraría con un grupo por vez primera para correr la carrera más larga de mi vida. ¡Dos millas! Esas dos millas marcaron el comienzo de mi vida como corredor. Nos reunimos en un parque local; hicimos ejercicios de estiramiento, de calentamiento, y caminamos un poco. Entonces comenzamos a correr. De hecho, la compañía de los demás hizo que el camino se hiciera corto. Y de vuelta en el parque nos estiramos un poco más, nos comimos un refrigerio, y nos despedimos.
Esta rutina habríamos de repetir por varios meses, incrementando las distancias paulatinamente, como parte de nuestra preparación para nuestra primera carrera a nivel competitivo. Esta sucesión del ciclo de nuestro entrenamiento fue la que me hizo comenzar a reflexionar sobre mi tema de esta semana. ¿Es que acaso existe una relación entre el correr, el competir, los rituales, y la religión? Si así fuese, ¿Qué podría enseñarnos acerca de nuestra vida espiritual?
Este artículo de tres partes explora brevemente la relación que existe entre el correr, el competir, los rituales, y la vida espiritual. Comencemos por considerar la relación entre correr y la espiritualidad.
Correr
El Correr es personal. Créalo o no, toda persona saludable tiene las habilidades y recursos necesarios para correr. Si usted puede caminar, entonces puede correr. El correr es barato en este sentido: usted no necesita gastar mucho dinero para adquirir lo que se necesita para correr porque ya lo tiene. De manera que no hay excusas para comenzar a correr, excepto por aquellas que usted mismo se imponga; sólo ponga sus piernas en movimiento sobre el pavimento. El correr también es una práctica personal en el sentido de que le permite descubrir sus propias capacidades. Yo no sabía que podía correr hasta que comencé. Mucho menos sabía que podía correr más rápido, cubrir más distancia, y con más frecuencia, hasta que hice de esto mi meta personal. Más aún, no sabía que podía romper mi récord personal en cuanto a ritmo, velocidad, y distancia, hasta que me esforcé para lograrlo.
El correr provee un sentido profundo de conciencia espiritual. Dios nos ha provisto de todo lo que necesitamos para correr nuestra propia carrera de la fe. Nustra capacidad para encontrar el propósito en la vida, para confiar, y para compartir aquello en lo cual creemos, nos ha sido dada gratuitamente por la gracia de Dios. No tenemos excusas para correr nuestra mejor carrera de la fe, excepto por aquellas que nosotros mismos nos imponemos. En la medida que buscamos nuestro lugar en la vida, confiamos en Dios y en aquellos que nos rodean, y compartimos nuestra fe, descubriremos nuestros propios dones y nuestras propias capacidades espirituales y areas de servicio, aprendiendo con prontitud que podemos hacer la diferencia en el mundo mientras ejercitamos nuestra fe.