Nuestra tendencia natural es la de dar por hecho que nuestros cuerpos son perdurables. Somos negligentes con ellos. Les abusamos. Les hambreamos de la nutrición necesaria. Les negamos su derecho a descansar. Les forzamos al estrés insano de nuestras rutinas frenéticas. Al hacer esto, les creamos desbalances internos, muchos de los cuales, ni siquiera alcanzamos a notar antes de que sea demasiado tarde. Aún así, actuamos sorprendidos cuando nos enfermamos, cuando nos damos cuenta de esos kilos de más en la pesa, o cuando nos quedamos sin aliento al subir veinte escalones.
De la misma manera en la cual nuestros cuerpos se deterioran sin el cuidado apropiado, así también se fortalecen, se ponen en forma, ajustan el talle y se relajan, cuando aprendemos las opciones saludables – y las escogemos – acerca de cómo lidiamos con nuestras actividades diarias y nuestro descanso, qué y cuán frecuentemente comemos, y cuán a menudo nos ejercitamos.
Esto lo sé por experiencia propia. Me acostumbré a comer alimentos grasosos en restaurantes de comida rápida y muchos dulces cargados de carbohidratos vacíos. Me estresé mucho mientras sacaba el posgrado, trabajando a tiempo parcial en dos empleos y atendiendo las necesidades de mi familia. Dormía un día sí y un día no, y por supuesto, el hacer ejercicios pasó al último puesto en mi lista de prioridades. Me dirigía a una debacle garantizada.
En medio de todo esto, mi cuerpo se mantuvo fuerte y soportó mis malas decisiones. Ni siquiera me atrevo a pensar lo que me hubiese sucedido de no haber sido así. Sin embargo en el proceso gané 62 libras (28 kilos). Los dolores permanentes de espalda, las alergias continuas durante todo el año, y los episodios comunes de asma se convirtieron en mi estado normal. Estaba totalmente fuera de control. Algo tenía que cambiar; el problema es que no sabía por dónde comenzar.
La segunda ley de la termodinámica establece que la entropía nunca disminuye. En otras palabras, la medida de desorden en un sistema tiende espontánea e indefinidamente a aumentar. La única manera en la cual un sistema se mantiene en un estado deseable de equilibrio es añadiéndole energía, y la única manera en la cual un sistema puede mejorar es invirtiéndole aún más energía. De cualquier otra forma, el sistema se degradará hasta colapsar. Por ejemplo, un carro se mueve por la combustión de gasolina, pero si quiere que vaya más rápido o más lejos, necesita más gasolina; si no llena el tanque, eventualmente se detendrá; y si llena el tanque con el combustible incorrecto, fundirá el motor.
Nuestros cuerpos son máquinas de diseño termodinámico. Por lo tanto, la única manera en la cual usted puede cambiar su vida y retomar el auto-control es aplicando suficiente esfuerzo, lo cual implica, voluntad, dedicación, compromiso, perseverancia, disciplina y muchas repeticiones de los pasos que sugiero en la segunda parte de este artículo.
Por ahora quiero cerrar con los siguientes pensamientos:
- Necesita asegurarse de que sus esfuerzos causen cambios permanentes en su estilo de vida. Al hacer esto, se asegurará que mantendrá su punto de equilibrio a pesar de las circunstancias que le rodeen.
- Necesita sobreponerse a la culpa. Repítase a sí mismo, “La culpa es cosa del pasado.” Cuando falle en el ejercicio de su plan, sacúdase el polvo de la culpabilidad de sus hombros y comience nuevamente. Verá que vale la pena y que funciona.
“…yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios…” (RVR60: Filipenses 3:13-14)
0 Comentarios:
Publicar un comentario