¡Pase lo que pase, correré!


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El hijo pródigo se había descarriado. Su sed de poder encendía sus deseos de tenerlo todo; ignorando que todo ya era de él. Su mirada perdida en el horizonte de sus fantasías. Sus caminos apartados de la realidad de la batalla que furiosa retumbaba en el bosque cercano. Salió a dar un paseo. Cabalgando sobre el lomo de una mula, privilegio reservado para el verdadero rey, su padre, se distrajo con su propia megalomanía. Su mente, enredada en sus propios delirios, había dejado su cabeza enredada en las ramas espesas de un gran roble. Su cuerpo restringido en el aire, mientras sus sueños de reinado siguieron cabalgando, le convirtieron en el blanco perfecto mientras tres jabalinas zumbaron entre los arbustos atravesando su inflado corazón.

Ahimaas Bensadoc fue sorprendido por los rumores cuando agachado amarraba las trenzas de sus sandalias para correr. Después de confirmar las devastadoras noticias, el sudor cálido de los ejercicios de precalentamiento y estiramiento se convirtió en un sudor frío que corrió por su espalda aún encorvada. Pensó por un momento, “Al que da malas noticias no le dan premio.” Y sacudiendo su cabeza, hizo gotear sus pensamientos egoístas y previó al rey David lamentando la muerte de su hijo, Absalón, a quién amaba más allá de sus infortunios.

Era típico de los ejércitos antiguos, en una época cuando las comunicaciones instantáneas, solo posibles por la tecnología moderna, no existía, el nombrar portavoces que llevaran las noticias de lo sucedido en el campo de batalla. Hombres valientes que hacían del correr su profesión; Kukinis adaptados por el “entrenamiento físico y mental riguroso que les convertía en corredores velocísimos.”
[1] Ahimaas y su compañero de carreras etíope estaban listos para su participación. Habían estado entrenando para este tiempo; sintieron que estaban listos, y vinieron ante su comandante, Joab, para recibir instrucciones.

Joab le dijo a Ahimaas que no le correspondía correr esta vez y en su lugar envió a su amigo. Él le insistió al comandante por segunda vez, “pase lo que pase, yo correré,” a lo cual Joab respondió: “Hijo mío, no te das cuenta que el hijo del rey ha muerto. A él no le va a gustar lo que tú le vas a decir. Además, etíopes y kenyanos son los hombres más rápidos sobre la tierra y él ya se fue unos minutos antes que tú; no lo vas a poder alcanzar, mucho menos llegar antes que él. ¿Acaso no sabes que un kenyano va a ganar el Maratón de Los Ángeles en el 2009 y que un etíope llegará en segundo lugar? – “Bueno, entonces que el 2009 no sea la primera vez en la historia que un etíope llega en segundo lugar,” y rogándole por tercera vez dijo (2 Samuel 18:23, LBLA),


"¡Pase lo que pase, correré!" Entonces le dijo: "¡Corre!"

Ahimaas salió a correr la carrera de su vida. Solo un pensamiento le dio el combustible necesario para impulsarlo a atravesar el bosque espeso: “No puedo permitir que las lanzas del bosque también traspasen el corazón de mi rey.” Con cada zancada, abrió veredas pulidas donde no había ninguna; esquivando las ramas de los mismos robles que atraparon con la muerte a Absalón. Corrió hasta pasar a su compañero. Mientras se apresuraba bajando por las colinas para traer primero las buenas noticias, sus pies eran hermosos mensajeros de esperanza. El corazón del rey fue reconfortado cuando lo vio, (2 Samuel 18:27, LBLA),

Este es un buen hombre y viene con buenas noticias.

Necesitamos aprender de Ahimaas para correr nuestra carrera. No se desanimó o se distrajo de su propósito; tres veces trataron de persuadirlo de que no corriera, y tres veces insistió para hacer aquello para lo cual fue escogido. No se intimidó por las habilidades y los talentos de sus compañeros, sino que corrió para ganar. Mantuvo clara su finalidad y entendió el corazón de su rey, quien también apreciaba su bondad.

Sobre todas estas cosas, se enfocó en el verdadero mensaje que debía ser comunicado: las buenas noticias de que el reino había sido establecido y que el rey permanecería en su trono. El entendió el poder de compartir las buenas nuevas en medio de la desesperación; el antecedió el informe favorable al que no era tan placentero. Son las buenas nuevas, o euangelion, las que deben dictar la razón de ser de nuestra carrera de la fe. Hemos sido entrenados para esta época y se nos urge que compartamos una palabra de paz durante nuestros tiempos de ansiedades en el mercado laboral, escasez económica, crisis familiares, e incertidumbres mundiales. Necesitamos calzar las zapatillas del evangelio de la paz y recordar las palabras del profeta, (Isaías 52:7):

¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del que trae buenas nuevas,
del que anuncia la paz,
del que trae las buenas nuevas de gozo,
del que anuncia la salvación,
y dice a Sion: Tu Dios reina!



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Vladimir Lugo
jvlugo@race-of-faith.com





[1] Kukini, Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Kukini) Revisado por última vez: 10 de agosto, 2009.

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