Era una bella mañana primaveral en el Sur de California. Me levanté tarde para correr antes de ir a trabajar. Mi ritmo era lento, aun más lento que el ritmo de maratón.
En la primera milla de la ruta, el alba se asomaba a través de una bruma grisácea, como la que aparece en la mayoría de las mañanas entre Mayo y Octubre. Las montañas de San Bernardino estaban a la vista, su silueta oscura en el trasfondo celeste del cielo pareciera haber sido dibujada por un artista con carboncillo sobre un lienzo.
Cerca al final de la primera milla, noté una fila de palmeras tras un parque a la izquierda de la calle. Cinco o seis de ellas se yerguen elegantemente en el horizonte. Con al menos 25 pies de alto, son la imagen que por excelencia define el cielo Californiano. Los otros árboles frondosos que se alinean a ambos lados de la calle crean una especie de toldo que da sombra a varias cuadras consecutivas. Sin autos circulando a esa hora de la mañana, pude correr sin ser perturbado, excepto por el gorjeo de los pájaros en lo alto del toldo verde y el sonido de rociadores de agua esparciendo vida sobre los jardines.
En la cuarta milla de la ruta, hay una escuela católica construida en ladrillo, al estilo arquitectónico de las universidades de la costa este del país y que se haya justo al lado de una pequeña capilla. Hay cinco árboles a lo largo del frente de la escuela que semejan cerezos japoneses. En época de primavera, están repletos de pequeñas hojas color rosa y lila; el contraste de las hojas contra el rojo del edificio valía la pena una fotografía. A eso de las 6 a.m., el sol brillante y la luna en cuarto menguante colgaban en lados opuestos del firmamento. Las imágenes capturadas por mi mente a lo largo de esa ruta me llenaron de gozo el resto del día.
Pero algo me sacudió en el momento que finalizaba mi sesión de ejercicio: ¡había observado mis alrededores con detalle! He corrido, caminado, conducido o montado en bicicleta por esa misma ruta cientos de veces. ¿Por qué no había notado el sol y la luna simultáneamente al amanecer, o el toldo verde que forman los árboles?
¿Cuántas veces han pasado desapercibidos los pequeños detalles de todos los días? En nuestros horarios frenéticos tratando de "vivir" nuestras vidas ocupadas, nos dejamos enredar por miles de actividades. ¿Cuántas veces hemos olvidado apreciar la belleza de nuestros alrededores? Cada día es una oportunidad de contemplar la creación, sin importar tu ruta o rutina, y especialmente si estás estancado espiritualmente.
"Esto ha sido obra del Señor, y nos deja maravillados. Éste es el día en que el Señor actuó; regocijémonos y alegrémonos en él." Salmos 118:23-24 NVI.
Es fácil prestar atención cuando se corre a través de calles nuevas, un nuevo sendero, o cuando se viaja. Podemos argumentar que si el ipod esta encendido o corremos con un compañero ambos serían distracción. Pero después de tomar el mismo rumbo en tantas oportunidades, uno debería conocer todas sus maravillas.
Date unos momentos hoy y permite que tus sentidos estén en sintonía de la maravilla de un día nuevo, en la evidencia palpable de que nuestro creador existe; baja la velocidad y trata de apreciar la belleza de tu trayecto. Te aseguro que te sorprenderá lo que vas a descubrir y el gozo de "agarrar el día" quizás perdure hasta el día siguiente.
Jairo Ospina
jospina@race-of-faith.com
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